Había entre los dos una complicidad inquebrantable. Sin pizca de amor subjetivo, él creía que era la más guapa, la más lista. En el parque y en el paseo ninguna era igual que ella. Y no es que él la viera así. ¡Qué va! Ella era sí de verdad.
* Calla güelito, que te pierdes. Ye guapina, pero la más, la más…
* Pero si lo dijo hasta el médicu cuando nació –apostillaba él.
Y con cualquier cosa encima la llevaba de la mano al parque. A veces, de lejos se les veía venir hablando. Él se agachaba mucho porque oía mal y ella estiraba la cabeza y gritaba.
* Ya le volviste a comprar chuches. Después la pediatra nos pone de vuelta perejil.
* ¡Nooo…! Hoy no hubo gusanitos. ¿A qué no, eh piquiñina?..
Ella perdía la cabeza de un lado a otro para dar más contundencia al NO grandísimo.
* No os agacháis para coger la mentira. ¡Menudos trampas! Si no hubo chuches el morrito, el vestido y los dedos naranjas son de…¿de qué?
Pillados en el engaño, a lo más risas y alguna disculpa.
* Fue un paquetín pequeño na más.
A veces ella se enfadaba y el la sobornaba con lo que fuera.
Una vez el columpio del parque la dejó caer. ¡Qué tragedia! Ella sangraba por una herida en la frente. Y él llegó a casa lívido y sin respirar. Hubo que ir a urgencias con ambos. Ella explotó la cicatriz en la frente como una herida de guerra. Y él no rompió con un hacho el columpio por el canto de un duro.
Cuando cada uno estaba a lo suyo, era difícil verlos demasiado lejos.
Así los retrató el mejor fotógrafo que ella, de pequeñina, tuvo…
Fotografía de Antonio Ramón Felgueroso Durán. Les Llanes, Langreo. Aprox. 1990.