viernes, 6 de julio de 2018

DOMINGOS DE TRANSISTOR Y GOL


Los recuerdos de la infancia se parecen a secuencias parceladas de varias películas. A menudo se recuperan como trastos de un desván para algo concreto. Hilvanas varias secuencias hasta realizar una película un tanto inconexa que completas echando mano – o mejor imaginación – a lo que crees que fue o quisieras que hubiera sido.

Con el fútbol a mí, poco futbolera, me pasa algo así.

Recuerdo que de niña, los domingos, después de comer salíamos a pasear cuando hacía buen tiempo (o sea, no llovía)  mi madre, mi padre y yo. Y como aquella villa era un poblachón grande, aunque los más optimistas lo vieran como una ciudad pequeña, lo normal es que cada dos minutos ellos  se parasen con un vecino, compañero del taller o vendedora de la plaza.

Adentrados en el parque, donde podía encontrar amigas del cole y liberarme un poco de la tutela materna, la imagen habitual eran los transistores pequeños pegados a las orejas de los hombres que por algún motivo  no habían ido al campo. Era el motivo más común el enfado de “la parienta”.  Se conformaban entonces con escuchar en la “radio pequeñina” el Carrusel Deportivo. De ese título de programa sí que me acuerdo y de lo que les gustaba a todos ser oyentes (lo de escuchantes es de ahora) de Bobby Deglané y Matías Prats. La voz de Deglané no la recuerdo. Pero la de Matías Prats sí. La asocio a los domingos felices en los que en vez de paseo y parque había cine, aunque antes de la peli ponían el NO-DO, un peñazo “de actualidad” que quedaba salvado por la voz del locutor de las gafas negras. Mi padre me lo enseñó en un periódico.

Por entonces la adicción al fútbol era algo muy de machos. Había una canción famosa y horrible que todos sabíamos y recordamos aún y que tenía por estribillo un: ¿por qué, por qué los domingos por el futbol me abandonas?/ no te importa que me quede en casa sola…Eso sí, con un punto de reivindicación feminista, ¡que ya era!: ¿por qué, por qué no me llevas al partido alguna vez? La canción continuaba con algo relacionado con mentiras y engaños. Total: un reproche en toda regla de las mujeres sospechosas de que tras el partido había algo más.

Volviendo a los hombres oyentes futboleros, a menudo gritaban gol haciendo coro con el locutor, pero sin poder llegar al ¡goooooooooooooo…l! eterno de aquel. Los que tenían interés más en lo local que en lo general se disgustaban ya que al equipo del concejo apenas le dedicaban un poco de vez en cuando. Ahora que la fusión de los dos enemigos de siempre, de los dos pueblos vecinos, nos había llevado a segunda y éramos los gallos interesaban mucho los partidos. Por eso, cuando el equipo jugaba en casa, a eso de las tres y media ya empezaba la riada de hombres, en la acera contigua al río pasar hacia el campo. Y luego, cual manifestación de vuelta, a las tres horas regresar en grupo discutiendo ( lo de comentar era para gente educada) las jugadas polémicas. Aspavientos, empujones y muchos: ¡Tas como un maderu chaval. Tú que sabrás!

Y la riada masculina pasaba del paseo al lado del río al parque a buscar a la mujer, los menos, y directamente al chigre, los más. Como si el partido les hubiera dejado secos y exhaustos acababan con existencias de sidra y vino. Y eso que lo habitual era jugar con “cubata” o  copa de “sol y sombra” y puro.

Los pacíficos paseantes de parque y transistor, aunque vocinglas cuando había un porqué (o sea un gol en cualquier estadio nacional), solían interrogar a los suertudos del directo a su vuelta y aquellos se prodigaban en explicaciones no siempre comprensibles pues a menudo se atoraban y contradecían. Todos eran forofos del equipo local, el Unión Popular, aunque los más viejos echaban de menos la rivalidad entre el Racing Club  y El Círculo Popular, rivalidad a menudo con bronca y con garrotazos.
En muchos se notaba, pese al traje del domingo, el afeitado y el olor a Varon Dandy, el trabajo. Manos ásperas y  uñas enegrecidas  los metalúrgicos; ojos tiznados además  los mineros. La fusión de los dos equipos locales en uno solo estaba logrando que el enemigo fuera, al menos en esto, el de fuera. Y encima aquella temporada del 67/68 las cosas iban bien…¡el sueño de segunda!

Aquellos domingos de fútbol radiofónico finalizaban, si había suerte, con merienda en la confitería que tenía su “salón de té”, un sitio con mesas y sillas normales donde se consumían los pasteles con café o chocolate. Lo que menos: el té. Pero el título era elegante.
A menudo en el “salón de té” había algún conocido. Yo le tenía particular inquina, porque me propinaba unos peñizcos de muerte,  a un tipo gordote, siempre trajeado, con sombrero, bigotito y puro que parecía saberlo todo…Decía a voz en grito:
-        ---  Para mí el equipo local único era el Racing Club… Desde la fusión no volví al campo. Ahora  soy del  Real Madrid de don Santiago Bernabeu. Y ¡menos mal que el Oviedo y el Gijón siguen cada uno por su sitio! A ver si dura. Los clubes de balompié -eso  del futbol es un extranjerismo inaceptable- deben ser fieles a sí mismos y a su esencia. Unirse para evitar localismos… para ser más grandes ¡Paparruchadas!
Creo que si aquel era el tipo de aficionado que había renegado del club por su fusión, el fusionado salía ganando en calidad. Por otro lado, a mí me alegraba saber que el fútbol estaba dejando de ser “cosa de hombres”. Allí mismo, en Les Pieces, empezaban a jugarse partidos femeninos y al decir de los asistentes las jugadoras luchaban “como leonas enfurecidas”. No sé yo si, al menos entonces, había más curiosidad morbosa que aprecio deportivo. Pero ¡la pica en Flandes ( mi padre usaba esta expresión) estaba puesta!

 Imágenes: 
Archivo Histórico Minero: "La Carbonera, monumento a Adaro". Parque Dorado de Langreo. 
Web del Unión Popular de Langreo: Campo de la Barraca, antecedente del Estadio Ganzábal






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