PESTE Y OTROS
MALES CONTAGIOSOS… viejas historias “en sus propias palabras”.
Esto de la “pandemia”
del coronavirus nos está dejando tocados,
y va para largo. Parece incomprensible que el mundo entero viva
secuestrado por una enfermedad contagiosa que, para más peligro, hace temblar
las estructuras de la sanidad que creíamos tan sólida y avanzada y ahora está
carente de lo elemental: personal, mascarillas, guantes, batas y, como más
sofisticado, respiradores. Una pandemia selectiva que se ceba en aquellos que
atesoran años, achaques y también la sabiduría que tenemos que preservar. Para
pararlo estamos confinados, palabra de
moda que significa “encerrados en casa”.
Hubo un tiempo -hace
mucho es cierto- que “las pestes” aparecían periódicamente y terribles se
llevaban por delante miles de vidas. Claro que entonces las dimensiones de las
tragedias se medían por territorios de alcance humano, regiones, ciudades o
incluso calles. La palabra peste tenía una connotación de terror, pues siempre
traía a la memoria la peste negra o la peste bubónica de recuerdo doloroso e
imborrable. Pero había otras que hoy conocemos y controlamos: el tifus, la
malaria, la fiebre amarilla, el cólera…todo aquello para ellos eran pestes.
En nuestro
viejo PRINCIPADO DE ASTURIAS, allá por el final del imperial siglo XVI y
principios del XVII tal como dicen los documentos “a abido gran peste en la que faltaron las dos
terçias partes de la vecindad que en el dicho Prençipado”. Y también entonces adoptaron medidas que ahora
nos vemos obligados a seguir:
Cierre de
fronteras: “cómo en
algunas partes del Reyno [vezino] ay peste y otros males contajiosos, pidióse
al señor gobernador mande poner guardas en este Prinzipado”.
Medidas
profilácticas: “se
propusso por su merzed lo tocante al buscar remedio y reparo para las
enfermedades de peste que de presente ay en el Prenzipado y lo que convendría azerse
en benefizio y para remedio dello, y se sería conveniente quemar la ropa
apestada”.
Con las que
no todos estaban de acuerdo:
“se acordó que, atento está tan enzendido el daño y repartido por todo el
Prenzipado, por agora no se trate de quemar la ropa, que para delante se irá
mirando lo que más conviene”.
Había
quienes intentaban llenar la despensa ante la escasez “porque no se coxieron los
mantenimientos y frutos que avía”.
Para colmo los
recursos sanitarios traían de cabeza a todos ; se limitaban a algunas
instituciones de beneficencia y “la necesidad
que ay de médico de çiençia y esperiençia que asista de ordinario en esta ciudad
para la cura de los enfermos, por no aber como no ay en esta tierra más de un
médico a salario por la çiudad, el qual no puede acudir a todo; y porque en tan
gran probinçia como es la deste Principado, por lo menos es justo y conviniente
que ayan dos médicos que asistan y residan en esta çiudad, para que quando se
ofreçiere salir el uno, quede el ottro a curar los enfermos de la ciudad y los
del Principado que en ella se allaren”.
Y como no se
tenía conocimiento de la procedencia de aquellas epidemias la explicación
estaba en lo que no podíamos controlar –casi como bulos aceptados - que “la gran peste e mortandad que Dios
Nuestro Señor por nuestros pecados y por sus justos juiçios sobre esta tierra
abía embiado”
Eran tiempos
muy distintos a los nuestros, pero suenan tan familiares, porque cuando la
enfermedad las carencias se ponen de manifiesto con facilidad.