jueves, 9 de abril de 2020


PESTE Y OTROS MALES CONTAGIOSOS… viejas historias “en sus propias palabras”.
Esto de la “pandemia” del coronavirus nos está dejando tocados,  y va para largo. Parece incomprensible que el mundo entero viva secuestrado por una enfermedad contagiosa que, para más peligro, hace temblar las estructuras de la sanidad que creíamos tan sólida y avanzada y ahora está carente de lo elemental: personal, mascarillas, guantes, batas y, como más sofisticado, respiradores. Una pandemia selectiva que se ceba en aquellos que atesoran años, achaques y también la sabiduría que tenemos que preservar. Para pararlo estamos confinados,  palabra de moda que significa “encerrados en casa”.

Hubo un tiempo -hace mucho es cierto- que “las pestes” aparecían periódicamente y terribles se llevaban por delante miles de vidas. Claro que entonces las dimensiones de las tragedias se medían por territorios de alcance humano, regiones, ciudades o incluso calles. La palabra peste tenía una connotación de terror, pues siempre traía a la memoria la peste negra o la peste bubónica de recuerdo doloroso e imborrable. Pero había otras que hoy conocemos y controlamos: el tifus, la malaria, la fiebre amarilla, el cólera…todo aquello para ellos eran pestes.
En nuestro viejo PRINCIPADO DE ASTURIAS, allá por el final del imperial siglo XVI y principios del XVII tal como dicen los documentos  “a abido gran peste en la que faltaron las dos terçias partes de la vecindad que en el dicho Prençipado”. Y  también entonces adoptaron medidas que ahora nos vemos obligados a seguir:
Cierre de fronteras: “cómo en algunas partes del Reyno [vezino] ay peste y otros males contajiosos, pidióse al señor gobernador mande poner guardas en este Prinzipado”.
Medidas profilácticas: “se propusso por su merzed lo tocante al buscar remedio y reparo para las enfermedades de peste que de presente ay en el Prenzipado y lo que convendría azerse en benefizio y para remedio dello, y se sería conveniente quemar la ropa apestada”.
Con las que no todos estaban de acuerdo: “se acordó que, atento está tan enzendido el daño y repartido por todo el Prenzipado, por agora no se trate de quemar la ropa, que para delante se irá mirando lo que más conviene”.
Había quienes intentaban llenar la despensa ante la escasez “porque no se coxieron los mantenimientos y frutos que avía”.
Para colmo los recursos sanitarios traían de cabeza a todos ; se limitaban a algunas instituciones de beneficencia y  “la necesidad que ay de médico de çiençia y esperiençia que asista de ordinario en esta ciudad para la cura de los enfermos, por no aber como no ay en esta tierra más de un médico a salario por la çiudad, el qual no puede acudir a todo; y porque en tan gran probinçia como es la deste Principado, por lo menos es justo y conviniente que ayan dos médicos que asistan y residan en esta çiudad, para que quando se ofreçiere salir el uno, quede el ottro a curar los enfermos de la ciudad y los del Principado que en ella se allaren”.

Y como no se tenía conocimiento de la procedencia de aquellas epidemias la explicación estaba en lo que no podíamos controlar –casi como bulos aceptados -  que “la gran peste e mortandad que Dios Nuestro Señor por nuestros pecados y por sus justos juiçios sobre esta tierra abía embiado”
Eran tiempos muy distintos a los nuestros, pero suenan tan familiares, porque cuando la enfermedad las carencias se ponen de manifiesto con facilidad.

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