PASIÓN POR LA HISTORIA. Se llamaba don Manuel Fernández Álvarez y en los 7 años que le
conocí sentí por él más que admiración.
Pasear de su brazo fue aprender a ver
la ciudad –todas las ciudades, todos los pueblos, todos los lugares - de otra manera; como escenarios siempre de
grandes Historia hechas por hombres de carne y hueso tuvieran o no nombres
reconocibles. Cuando La Nueva España le declaró «Asturiano del mes»,
considerándonos familia, nos invitó a acompañarlo. Presentó un tomo de las
(mis) «Actas Históricas de la Junta General» en el 2005 y desde entonces la amistad perduró
hasta el final, porque era fácil. Nos abrió su casa salmantina (a Jorge y a mi)
y viajamos con el siempre aprendiendo. Tenía detalles entrañables de hombre de
cerca: si le llamabas por teléfono desde Innsbruck, por ejemplo (desde cualquier sitio que a él le sugiriera alguna de sus miles de historias), tras un sonoro "buenos días bonita" te regalaba con una guía entusiasta: dónde ir, qué ver, qué leer; un pin de la Sociedad Asturiana de
Filosofía que le regalamos lució siempre prendido en la chaqueta en la que se
lo pusimos (la de la foto).
Contaba
divertido que su nombre tan normal le valió cierto anonimato; tanto que cuando
en 1985 le concedieron el Premio Nacional de Historia por su libro sobre «El
siglo de Oro español» tuvo que decirle a su familia que era él el premiado.
Recibió múltiples honores y condecoraciones. Siempre creí injusto que no le
dieran el Príncipe de Asturias. Pero sus grandes éxitos editoriales le valieron
envidias de muchos de sus colegas, aunque el público, ajeno al academicismo
aburrido, le adoraba. Su «Felipe II» fue el libro de no ficción más leído en
1998. Sus «queridos lectores» se identificaron con los personajes que
biografiaba porque de su pluma salían convertidos en seres de carne y hueso con
amores y desamores, debilidades y grandezas, mezquinos y héroes, como somos
todos; así fueron sus Carlos V, Juana La
Loca, el Duque de Alba, La Princesa de Éboli, Isabel La Católica, Fray Luis de
León, Cervantes, Cristóbal Colón o Jovellanos el Patriota, etc. Habló de la
tristeza que era ser mujer en la sociedad del renacimiento con un título
atrevido: «Casadas, rameras, monjas y brujas…», descubrió «Las Luces y las
Sombras de la España imperial», contó su autobiografía de joven en el Oviedo de
la Guerra Civil, hizo hasta novela histórica. Fue tal su destreza en trasmisor
de Historia que la editorial España-Calpe creo una sección llamada «Biblioteca
Manuel Fernández Álvarez».
Nadie
como él supo transmitir lo que representaba la Historia, la Historia basada en
la investigación seria, contada con la claridad y amenidad que solo un buen
narrador puede derrochar. Don Manuel Fernández Álvarez había nacido en 1921 en Madrid, aunque pasó
infancia y juventud entre Gamones (un pueblo de Cangas de Narcea) y
Oviedo. Hoy, 19 de abril, hace cuatro
años que falleció. Cuando murió no era viejo, era todo un señor capaz de
hacerte sonreir y sentir bien. Había sido catedrático de Historia Moderna en la
Universidad de Salamanca desde 1965. Del emperador Carlos V y su tiempo lo
sabía todo; escribió un «Corpus documental» imponente, lo que le valió el apodo
de «Manolito Carlos V». Sin embargo fue tan grande como profesor que aún poco
antes de morir se atrevió con sus alumnos de antes e hijos de sus alumnos a
interpretar una obra de teatro. In
memoriam..