La luz de aquel atardecer de verano le pareció particularmente luminosa. Detuvo la lectura que la tenía ensimismada para observar la puesta del sol detrás de
los tejados viejos de la ciudad.
Muy lentamente las sombras iban ganando. De
pronto el dolor de huesos se apaciguó recordando otras tardes de verano de su
lejana juventud. Unos amigos, una guitarra, un recóndito lugar al borde del
río; allí donde se formaba una pequeña piscina natural que hacia las delicias
cuando apretaba el calor. Y la luz del atardecer entre los árboles era, pese a
los años y el marco, tan parecida a esta que la hizo recuperar gratas
sensaciones olvidadas y olvidar ingratos dolores. Pasó así un buen rato. Un
músico callejero tocaba en la calle "O sole mio". Cuando abandonó la
terracita, sumida en sombras, pensó: " debo valorar más el tiempo de hoy;
solo de ese modo recobraré lo mejor del ayer y dejaré de temer el mañana".
Agosto del
2013
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