Algo así fue lo que pasó entre finales del siglo
XIII y el siguiente siglo. El poder real y a su imitación el señorío
eclesiástico de la mitra ovetense intentaron que el territorio del Nalón
tuviera una serie de puntos importantes donde hacer puebla, crear un mercado
periódico, instituir una administración, organizar la seguridad de los caminos,
promover la construcción de puentes; en definitiva estructurar el territorio.
La parte alta, el
amplio concejo de Caso, paso hacia León, permaneció ligado a señoríos laicos
cuasi feudales; las diversas ramas de los Caso con solares en las antiquísimas
torres y casas fuertes de El Campo (Caso), Orlé (Caso y Orlé) y Los Cobos (Caso
de los Cobos), todas ellas desaparecidas, mantenían su influencia. Había
también propiedades monacales, pero el concejo gozó siempre de una intensa vida
independiente, regulada por sabias ordenanzas locales transmitidas "desde
inmemorial tiempo, a son de campana tañida". La prevalencia del derecho
consuetudinario.
Mas abajo, en dirección a la capital, a fines del
siglo XIII, entorno a 1280, el rey Alfonso X el Sabio otorgó una carta de
población a Laviana. La Pola de Laviana tendría un fuero, al estilo del de
Benavente y aunque no se conserva, sirvió sin duda para conformar el espacio y
dotarlo con nuevos moradores y algunos servicios urbanos como ayuntamiento,
Iglesia y mercado. Una especie de ordenación del territorio, promoción
económica y un cartulario en materia de repoblación.
Unas décadas después la presión vecinal y la
iniciativa de promoción económica del señorío episcopal instituyó una nueva
puebla, la Puebla de la Puente de Oturiellos, en Langreo. Allí donde el río
formaba una vega y había un puente muy preciso para la comunicación. En el
lugar bajo advocación de la patrona de Asturias, Santa Eulalia, se creó la
puebla que daba sentido a la de Laviana, al no dejarla aislada.
Al igual que con la perdida de Pola de Laviana, la
de Langreo sigue el modelo del Fuero de Benavente. Una serie de vecinos,
comisionados por los reunidos en La Puente de Oturiellos solicitan en abril de
1338 al obispado la concesión de una carta para establecer puebla, y en junio
el obispo don Juan la concede "en el lugar que ellos elijan"; delimita
su alfoz o territorio, les exime de diversas prestaciones, regula cómo han de
elegir a los oficios para organizar el territorio y las obligaciones que deben
cumplir con el cabildo. Estos
interesantísimos documentos, copiados en los hermosos "Libro de los
Privilegios" y el "Libro de la Regla Colorada" del archivo de la
Catedral han sido publicados por el
Ayuntamiento de Langreo hace años.
Años después, en 1344, en enero Alfonso XI, a
petición de sus hijos Enrique y Fadrique, gobernadores de las tierras de Sobrescobio,
de la orden de Santiago, piden se haga puebla en Oviñana, también siguiendo el
patrón de las otras. Desgraciadamente tampoco se conserva el original, pero sí
una confirmación realizada por los Reyes Católicos en Valladolid, en 1484.
Las pueblas ofrecían seguridad jurídica a sus
moradores. Estos sabían lo que tenían que pagar, cómo recaudarlo y a quién
entregarlo; tenían su documento de vecindad que les facilitaba moverse y
ejercer ciertos derechos. Podían elegir cargos que organizaran la vida económica
y social: alguaciles, jueces y alcaldes que se ocuparan de dirimir los
conflictos, cuidaran la seguridad, la reparación de caminos y puentes,
organizaran ferias y fiestas; en definitiva promovieran la riqueza territorial.
Las tres pueblas contribuyeron a la organización
del territorio y promovieron una suerte de economías complementarias. Se fueron
creando pequeños villorios sobre el valle, mas activos desde Pola de Laviana a
Langreo, camino de la capital, Oviedo. La puebla de Oviñana, punto de arranque
de la alta montaña, hacia el sureste hacia Tarna, tenía un carácter menos
activo. El territorio de Sobrescobio y Caso, con poderosos señoríos laicos, de
órdenes y monacales sobresalieron en pastos de montaña, caza, pesca y control
fronterizo.
Aguas abajo, el valle ofrecía algunos espacios más
amplios aprovechados para establecer poblaciones más estables y cierta vida en
pequeños pueblos, que no alcanzarán carácter urbano hasta la industrialización,
pero que ya sirven para articular el territorio.
Imagen: el maravilloso «Libro de los testamentos»
de la Catedral de Oviedo, mandado hacer por el Obispo Pelayo, en el siglo XII,
para inscribir los bienes donados (algunas donaciones un tanto inventadas) a la
Catedral por reyes y nobles ha sido reproducido en facsímil. Contiene
espectaculares miniaturas.
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